La Otra en Santa Rosalía
La Jornada, Martes 17 de octubre de 2006
La otra campaña llegó hasta Santa Rosalía, BCS, para escuchar a las descerebradas
Para los empresarios, nosotras no valemos nada, dicen calamareras al delegado Zero
Una empresa coreana las despidió injustamente y las boletinó, sólo por pedir condiciones laborales justas
Tenemos ganas de trabajar, pero nos han tachado hasta de locas, acusan
En el contexto del recorrido de la otra campaña por Baja California Sur, el subcomandante Marcos se reunió ayer con indígenas triquis de la colonia Lomas de San Ramón, en el poblado de San Quintín Foto Víctor Camacho
Santa Rosalia, BCS, 16 de octubre. No todo por acá son villas agradables para estadunidenses jubilados, ni grandes centros turísticos como proliferan en las costas de nuestro país, para solaz de los visitantes, principalmente internacionales. Pero en Santa Rosalía, una de las zonas más bellas de nuestro gran mar interior, el de California, viven también las trabajadoras del calamar, tan explotadas y ninguneadas como las semiesclavas de la maquila en otras partes. La realidad detrás de la escenografía.
Acá vino a dar la otra campaña, en su reanudado proceso de escuchar a los de abajo y tratarlos de juntar. Aquí están las descerebradas, como llaman patrones y funcionarios a más de un centenar de mujeres que cometieron la osadía de organizarse para exigir cosas tan inconcebibles como condiciones laborales mínimas, remuneración justa y derechos de esos que cada día hay menos en las tierras ocupadas por el neoliberalismo galopante. Y las calamareras fueron despedidas por sus patrones coreanos y puestas en listas negras para que nadie más les dé trabajo (algo que igual no abunda por acá, como no sea en la servidumbre turística).
"Hay muchas madres solteras. El calamar era nuestra única fuente de trabajo y ellos se aprovechan de eso. Nos pagaban 50 centavos por kilo de calamar limpio. En siete años nunca hubo utilidades. Cuando la empresa Han Jin vio que no iba a ser fácil controlarnos, nos corrieron", dijo una de las decenas de mujeres que recibieron al subcomandante Marcos en un patio miserable de las afueras de Santa Rosalía, destino turístico que, visto desde la playa, es una tarjeta postal.
Bajo un cobertizo de láminas quebradas se reúnen la tarde del domingo un centenar de personas. Las mujeres, para exponer su condición; los hombres y niños, para escuchar. "Fuimos despedidas injustamente. Para los empresarios nosotras no valemos nada. Tenemos ganas de trabajar pero nos han cerrado las puertas. Nos han tratado hasta de locas, nos han tratado como a ellos se les ha dado la gana". Exponen además que el trabajo del calamar sólo dura de 6 a 8 meses cada año. El resto del tiempo no hay trabajo, o se emplean en labores domésticas ocasionales.
Escuchándolas, el delegado Zero dice: "Eso que cuentan es como estábamos en el porfiriato. Es necesario que se sepa su historia. Que no están solas". Hace referencia a las trabajadoras de la maquila en Puebla. "Cuando sepan de esta situación, pues también son de la otra campaña, se van a encabronar de lo que les pasa a ustedes".
''Somos el sótano del estado''
Las mujeres se suceden en el uso de la palabra: "Se trabajan jornadas de 12 horas. A ellos lo que les interesa es que salga todo el calamar, que se procese y se limpie. Nos decían que no nos podíamos ir hasta que termináramos, porque se les echa a perder el producto", dice una.
"Yo me preguntaba dónde estaban las autoridades del trabajo. Las mujeres se acostaban sobre cartones, que llaman condominios. No teníamos ni agua limpia para beber, pero a ellos no les importaba. Tenían un capataz que nos trataba peor que el patrón. Inclusive tenía relaciones sexuales con algunas trabajadoras", dice otra. Y añade: "Yo leí que por cada dólar que invierten aquí se llevan seis de ganancia".
Otra más: "Primero nos despidieron y mandaron un oficio a todas las plantas; a otras las hicieron firmar una carta de retiro de la demanda que interpusimos para darles el trabajo. Es que de una de la mañana a una de la tarde trabajamos. Aquí las instituciones están bien vendidas, somos el sótano del estado".
Han Jin, empresa de capital coreano, es la que controla esta fuente laboral, con protección oficial. Facilidades fiscales, exención de obligaciones como seguro social y la Ley Federal de Trabajo, por no hablar de derechos humanos. "Nos quedábamos calladas porque tenemos necesidad de trabajar, tenemos hijos, y los empleadores donde quiera nos ponen el alto. Algunas que están aquí ahorita no se animan a hablar por miedo".
A los pescadores les pagan 300 pesos por una tonelada de calamar que en la ciudad será vendida por 80 o 90 pesos el kilo. "Son los permisionarios los que se están haciendo ricos", prosiguen los testimonios. Con la empresa coreana, la mayor de cuatro que operan en la localidad, "no teníamos seguro, nos descontaban muchos impuestos, pagábamos de nuestro dinero los uniformes, los cuchillos, las botas de hule. Si nos cortamos, nos corren. A las embarazadas también". Los patrones extranjeros son "muy insensibles".
Bajo el pobre cobertizo, las mujeres se escuchan unas a otras y se miran con azorada tristeza. "No nos vamos a dejar", dice una más, dirigiéndose simultáneamente al delegado Zero y a sus compañeras.
Con el apoyo de la Casa del Trabajador y la Trabajadora de la ciudad de La Paz, las calamareras despedidas iniciaron un nuevo proceso de demanda el 28 de septiembre pasado. El anterior lo perdieron por el mal manejo de su caso por parte de Reyes Machado Mejía, abogado y actual síndico de Santa Rosalía, y de Josefina Michel Jacob, presidenta de la Junta de Conciliación y Arbitraje de Trabajo.
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